22 de noviembre de 2011

El amor y la locura

Cuentan las leyendas, que una vez, hace muchísimo tiempo, se reunieron todos los sentimientos y cualidades de los hombres.
La reunión estaba en pleno, pero el Aburrimiento ya había bostezado por tercera vez. Entonces la Locura propuso jugar a la escondida.
La Intriga se sintió intrigada y la Curiosidad, preguntó de qué trataba.

Locura les explicó que era un juego en el cual debían esconderse, mientras ella se cubría los ojos para no ver dónde lo hacían. Y que luego, debía descubrir sus escondites. El primero que descubriera, ocuparía su lugar, y así continuaba el juego.
Entusiasmo y Euforia aplaudían. Alegría bailaba y terminó por convencer a Duda, incluso Apatía se interesó.
No todos quisieron participar. Verdad no deseaba esconderse, pues siempre la hallaban. Para Soberbia, era un juego tonto. Cobardía no se atrevió a arriesgarse.
Locura comenzó a contar. La primera en esconderse, fue Pereza, que se dejó caer tras la primera piedra del camino. Pero Fe, subió al cielo. Envidia se escondió tras la sombra de Triunfo, que había subido a la copa más alta del árbol. Generosidad, parecía no encontrar un sitio, porque eran mejores para sus amigos. Un lago cristalino para Belleza, la rendija de un árbol para Timidez, una ráfaga de viento para Libertad. Terminó por esconderse en un rayito de Sol. Egoísmo encontró el lugar ideal desde el principio, un sitio cómodo y ventilado, pero sólo para él. Mentira se escondió detrás del arco iris, y Pasión y Deseo en los volcanes. Olvido, no recuerdo dónde se escondió.
Cuando Locura estaba por terminar de contar, Amor no había encontrado sitio para esconderse, porque todos estaban ocupados. Hasta que encontró un rosal y se escondió entre sus flores.
Locura comenzó a buscar y halló primero a Pereza, luego a Fe, discutiendo con Dios en el cielo. A Pasión y Deseo los descubrió en la vibración de los volcanes. Al descuidarse encontró a Envidia y con ella a Triunfo. Egoísmo salió solito del escondite, porque era un nido de avispas, e imagínense cómo quedó. El juego le dio sed y se acercó al lago, donde descubrió a Belleza. Duda no había decidido todavía dónde esconderse. Así, encontró a todos, menos a Amor, que seguía sin aparecer. Cuando ya estaba a punto de rendirse, vio un rosal. Tomó un palo y comenzó a mover las ramas y de pronto se sintió un grito terrible. Las espinas habían herido a Amor en los ojos. Locura no sabía cómo reparar su terrible error. Entonces, prometió ser su lazarillo por siempre.
Desde entonces, el Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña.

La bobina maravillosa

Una noche, después de recibir un gran sermón sobre su pereza, suspiró tristemente, deseando ser mayor, para poder hacer lo que le viniera en gana.
Se fue a dormir apesadumbrado, y a la mañana siguiente, descubrió sobre su cama, una bobina de hilo de oro. La tomó con curiosidad y la bobina le habló con voz muy débil:

- Trátame con cuidado, príncipe. Mi hilo es mágico, representa toda tu vida. A medida que vaya pasando, el hilo se irá soltando.
El principito estaba completamente asombrado y algo escéptico. La bobina continuó:
- Sé que quieres crecer pronto. Te concedo el don de desenrollar el hilo a tu antojo. Pero te advierto. Todo el hilo que hayas desenrollado, no podrá volverse a ovillar, pues, los días pasados no retornan.
Para convencerse de lo que decía aquella bobina, el príncipe dio un fuerte tirón del hilo, y se convirtió en un apuesto príncipe. Tiró entonces un poco más y se encontró llevando la corona del rey, su padre.
La curiosidad le ganaba y tiró un poquito más.
- Dime bobina. ¿Cómo será mi esposa y mis hijos?
Apareció una joven hermosísima junto a él, y cuatro niños rubios y sonrosados. Sin siquiera disfrutar de lo que había obtenido, dejó que la curiosidad se apoderara de él. Tiró un poco más, para saber cómo serían sus hijos de mayores.
Pero de pronto, vio su imagen reflejada en el espejo. Había frente a él, un anciano decrépito de barba blanca y poco cabello. Sintió mucho miedo, era un viejo y ya le quedaba poco hilo. Su vida estaba llegando a su fin.
Intentó enrollar nuevamente el hilo, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles. La vocecita de la bobina volvió a sonar:
- Has desperdiciado tu vida. Ahora comprendes que no pueden recuperarse los días perdidos. Fuiste perezoso, deseabas pasar por la vida, sin molestarte en hacer el trabajo de cada día. Deberás sufrir tu castigo.
El rey entró en pánico, lanzó un terrible grito y murió. Había gastado toda su vida, sin haber logrado hacer nada provechoso.

Las tres hijas del rey

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  En un lejano país vivía un rey muy poderoso que tenía tres hijas, Amelia, Soraya y Alba, todas hermosas, todas prometidas en matrimonio, pero la menor, Alba, era su preferida.
Cierto día, el rey llamó a sus hijas y a sus prometidos junto a él para confesarles que se sentía viejo y sin fuerzas para gobernar.
-Me siento viejo, hijas mías. He decidido abdicar, pero no pudiendo decidir a cuál de ustedes favorecer, partiré le reino en tres partes, cada una proporcional al amor que me tengáis. Yo viviré un tiempo con cada una de ustedes, acompañado por cien servidores.
La habitación quedó en silencio, que fue roto por la primera pregunta del rey.
-¿Cuánto me quieres tú, hija mía?- preguntó el rey a su hija mayor.
- Más que a mi vida, padre.- contestó Amelia.
El rey repitió la pregunta a su segunda hija, la que respondió:
- Te quiero más que a nadie en el mundo, padre.- respondió Soraya.
Ahora, el rey se dirigió a su hija favorita, con dulzura.
- Te quiero tanto como un hijo quiere a su padre y te necesito como los alimentos a la sal.
La respuesta de Alba enfureció al padre, estaba decepcionado y gritó.
- Esa no es forma de querer. Me has decepcionado, dividiré el reino entre tus dos hermanas y tú no tendrás nada.
Al tiempo que el rey pronunciaba estas palabras, el prometido de Alba se escabullía para huir de su novia pobre. En tanto, las hermanas mayores se burlaban de la menor y de su suerte.
El rey triste y enfermo, hizo expulsar a la princesa del palacio, acompañada apenas por tres mudas de ropa, un vestido de palacio, uno de fiesta y su vestido de bodas.
La princesa en desgracia, no tuvo más remedio que deambular por los caminos sin destino, recorrió los pueblos y villas de los alrededores, vestida como mendiga para no sufrir la humillación de ser una princesa venida a menos. Mientras tanto, el tiempo transcurría. De tanto andar, llegó al reino de su ex prometido, quien se había convertido en rey tras la muerte de su padre.
El nuevo rey estaba en busca de una reina y para encontrarla, organizaba enormes fiestas. La joven sintió gran tristeza por aquella noticia, pues todavía estaba enamorada de él. Decidió entonces, que intentaría estar cerca de su príncipe, aunque por su condición de mendiga, no quería ser reconocida. Solicitó trabajo en las cocinas reales, como ayudante para los banquetes. Trabajó muy duro, ganando apenas el sustento para sobrevivir, pero su consuelo estaba en ver desde lejos a su amado.
Cierto día, el rey decidió organizar una fiesta a la que estaban invitados todos los miembros del personal de servicio de palacio. La cocinera dio aviso a sus ayudantes, pero prohibió a Alba que asistiera, ya que su apariencia era deplorable. Todos asistieron, mientras Alba quedó sola en la cocina. Su deseo de ver al príncipe pudo más que su prudencia, se puso su vestido de palacio y asistió a la fiesta.
Apenas Alba ingresó al salón, todos los presentes quedaron deslumbrados, principalmente el rey, que no reconoció a su antigua prometida, pues el tiempo y su gran voluntad la habían cambiado, convirtiéndo a la jovencita en una hermosa mujer. El rey invitó a Alba a bailar un vals, con la intención de conocerla. Al terminar la música, Alba se excusó y se marchó, dejando al rey desconcertado y con deseos de saber más sobre ella.
Por este motivo, el rey dio otro baile, al cual concurrió Alba, esta vez más impresionante, con su vestido de fiesta. Nuevamente acaparó la atención del rey, quien seguía sin reconocerla y bailaron toda la noche. Hasta que la princesa logró escabullirse sin ser vista.
El rey que ya estaba enamorado, decidió dar una nueva fiesta esperando a su amada. Alba concurrió con su vestido de novia y el rey no se desprendió de ella por temor a que nuevamente huyera. De todos modos, Alba se las ingenió para escapar y dejar al rey absorto.
Tras el nuevo fracaso, el monarca cayó en una enorme depresión. No comía ni tenía ganas de hacerse cargo de sus responsabilidades reales.
Fue entonces que la princesa Alba, le envió su anillo de bodas escondido en el desayuno. Cuando el monarca lo vio, se puso como loco y exigió que el responsable se presentara ante él. Cuando Alba llegó, el rey pudo reconocerla gracias al recuerdo que el anillo le había traído.
El rey se disculpó con la princesa por su conducta pasada y le ofreció matrimonio, el cual Alba aceptó encantada, con la condición de que invitasen a su padre a la boda. El rey aceptó encantado.
Durante el banquete de la boda, por orden de la nueva reina, se sirvió toda la comida sin sal. Los invitados dejaban la comida en sus platos, desalentados por la soséz de aquellos alimentos. Alba ordenó que les trajeran sal para sazonar el banquete. Fue entonces que el viejo rey comprendió lo que su hija había querido decir aquel día y cuán profundo e importante era su amor.